La soledad es dura.
Si además se trata de amenizar con una infusión caliente para templar el frío otoñal, adquiere la cualidad de triste. La combinación resulta evocadora de momentos junto al fuego del hogar que solo sirven para torturar la mente y tornar la situación más insoportable si cabe. Atrás han quedado los días de sol y tirantes, jornadas en las que añoraba temperaturas bajas e incluso la lluvia.
Se percibe el invierno acercándose y, con él, la conclusión de un año más. Uno en el que he vivido peleando entre necesidades económicas, complicadas situaciones de salud en familiares y la muerte de uno muy querido: tú.
Hasta hoy, un mes y medio después, no he encontrado el valor para escribir sobre ello. No sé si ese hecho me ha ayudado o, por el contrario, ha empeorado el dolor y la pena. Para alguien que encuentra en las letras la manera de exorcizar los malos sentimientos y los miedos, así como las alegrías y las tristezas, no deja de ser raro. Pero así es como me he sentido en este caso: extraña.
Te he llorado sí, sobre todo después de enojarme al saber el camino que recorriste hasta llegar a tu final, por las veces que se te advirtió, por tu aislamiento y por mi falta de contacto. Ahora puedo confesártelo aunque no sin sentir el aguijón de la culpabilidad.
Es absurdo sentirla, pero también es irremediable. Tengo presente que, con toda probabilidad, no habría resuelto nada, pero la duda de si habría significado cierto cambio no se deja vencer. Me repito que jamás escuchaste a nadie. Rectifico: sí, lo hacías, pero no calaba en tu entendimiento. Los vícios, costumbres y esa tendencia tuya a vivir en el pasado te ensordecían.
Hace años hubiese repetido a quien preguntara que eras el ser más especial que conocía. Y lo fuiste. A día de hoy lo sigues siendo en mis recuerdos, aunque la parte racional y adulta de mi mente me dice que en realidad eras egoista y cobarde. Egoista por guardar tus verdaderos sentimientos bajo la llave de un hermetismo absoluto. Cobarde por disfrazarlos de despreocupación para no enfrentarlos. Te comportabas y definias como alguien totalmente independiente, que podías y querías arreglarlo todo por ti mismo. Sin embargo no cesabas en tus intentos por encontrar a alguien que lo hiciera contigo.
Fíjate que digo "hiciera" y no "compartiera". Ese fue tu error.
Te oí tantas veces hablar sobre planes futuros y, en cambio, jamás diste el paso definitivo para llevarlos a cabo. Te faltaron agallas para abandonar las herramientas que te servían para no dejar el pasado, para aferrarte a unos años de ocio, bailes, alcohol y desidia que no cuadraban de ninguna forma con tu presente. Sin duda eso fue lo que te impidió crecer.
Es más fácil cubrirse los ojos frente a la crudeza del enfado sincero, pero cariñoso, de alguien que te quiere. Las verdades acerca de uno mismo siempre son difíciles de asimilar.
En cualquier caso ahora somos los que te añoramos quienes debemos afrontar la realidad sin ti. Quienes tenemos que tragar el amargo nudo que se forma en la garganta cada vez que te recordamos.
Y son tantas cosas las que te convocan en el pensamiento y el corazón... Tantas las risas, tantas las travesuras, las confidencias, tantos los silencios...
No puedo acostumbrarme a tu ausencia. Una canción, un color, una poesía y muchos otros detalles de la vida cotidiana te traen hasta mi para torturarme con la idea de que ya no estás. No habrán más manchas de tu café en el mantel, ni las colillas producto de largas charlas, no habrán más cercos de vasos llenos de ginebra con coca-cola, ni la vibración de los altavoces a un volumen alocado. No escucharé tu risa divertida y contagiosa, ni compartiremos la hilaridad iniciada por un chiste que únicamente nosotros entendíamos. No habrán más lágrimas afloradas por alguna película de alquiler.
Solo las mías al echarte de menos...
Descansa en paz.
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