sábado, 4 de agosto de 2012

Sexto capítulo de Días Contados

Sé que tenía que haberlo colgado ayer pero lo olvidé por completo. Entono el "mea culpa". Pero aquí está... El sexto y penúltimo capítulo del relato :D

Martes

    En otras circunstancias la advertencia de Lucas seguramente hubiese sido motivo de discusión y profunda indignación, sin embargo, después de lo acaecido en los últimos días, se tradujo en cierta tranquilidad. Saber que velaría por su seguridad incluso durante las horas que pasara fuera de casa consiguió que disfrutara de un completo y reparador descanso durante toda la noche.
    Tal como anunciara, lo encontró nada más abrir la puerta de casa, esperándola. No dijo palabra y se limitó a seguirla por las escaleras hasta llegar al exterior.
    —Espero que no hayas pasado ahí toda la noche —dijo, al notar cansancio en su rostro mientras caminaban.
    Lucas no respondió. Ni siquiera compuso gesto alguno del que pudiera extraer una respuesta.
    —Me sentiría mal si mi situación te estuviese privando del descanso —añadió pero su acompañante continuó en estoico silencio—. No eres muy hablador, ¿verdad? ¿A qué te dedicas? ¿Eres investigador privado o algo así? ¿O un poli de la secreta?
    Paula no pudo reprimir un ligero sobresalto cuando Lucas la miró de pronto con el ceño fruncido durante un breve instante, antes de volver la vista al frente y continuar andando. Quizá no le gustara responder preguntas, pensó, o acaso fuera posible que no pudiera hacerlo. ¿Quién sabía las órdenes que estuviese cumpliendo? En cualquier caso, si quería seguir en silencio, lo respetaría. Sentía que le debía al menos eso después de haber faltado a la petición de no hablar con nadie acerca de su intervención en el caso.
    La jornada laboral fue agotadora pero al menos recuperó el control de la situación. Pudo emplear los cinco sentidos en lo que estaba haciendo. Su jefe volvió a su acostumbrada actitud, ignorándola por completo. Algo que agradecer, sin duda. Trabajar con los ojos del jefe clavados en el cogote no era un buen augurio para su futuro laboral. Lo único que empañó brevemente la mañana fue la ausencia de Encarna. Al parecer su amiga había faltado al trabajo aquel día, alegando enfermedad. Mientras regresaba a casa, seguida por la silenciosa figura de Lucas, unos pasos por detrás, anotó que la llamaría nada más llegar.
    —¿Vas a continuar con la vigilancia? —preguntó a Lucas mientras buscaba sus llaves en el bolso.
    —Sólo hasta mañana. Te dije que tendría que cambiar de planes —respondió sin esconder la recriminación que merecía.
    Paula bajó los ojos avergonzada antes de entrar en casa. Cerró la puerta aún con la sensación de haberle faltado gravemente y apoyó la frente en la superficie de madera, preocupada por lo que pudiera significar ese cambio que había mencionado. Pero antes de que pudiera si quiera recuperarse, una mano se cerró fuertemente sobre su boca y se vio arrastrada hacia el interior del apartamento.
Mientras veía como sus talones resbalaban sobre las baldosas del suelo irremediablemente, todas las pesadillas sufridas durante las noches anteriores adquirieron una realidad pavorosa.
    —Shhh —oyó en su oído—. Tranquila, soy Carlos.
    Saber la identidad de quién se había atrevido a asaltarla en su propia casa aún la aterrorizó más. Su corazón latía a un ritmo frenético y las lágrimas empezaron a aflorar incontenibles. Allí, a pocos pasos, al otro lado de la puerta estaba su salvador, sólo necesitaba zafarse y llegar hasta ella. Intentó gritar pero el sello que formaban los dedos sobre sus labios se le antojó casi hermético, apenas dejó pasar un susurrante lamento. Forcejeó cuanto pudo pero Carlos se las arreglaba muy bien para evitar que escapara. Una masculina mano se cerraban en torno a sus muñecas, cual grillete de acero, y sintió como si le clavaran cristales en los hombros cuando el hombre tiró hacia atrás para intentar evitar las patadas que conseguía lanzarle. Todo su mundo se vino abajo cuando vio que entraban en su dormitorio, el lugar más alejado de la puerta que significaba su huída.
     Sintió el frío metal de unas esposas en la espalda, sustituyendo la mano que la mantenía presa, y cómo después, con más libertad de movimientos, se afanaba en aplicar una rápida mordaza. Cuando lo consiguió, solo tuvo que empujarla para hacerla caer sobre la cama.
    —Siento tener que hacerte pasar por esto, pero no puedo dejar que lo alertes.
Sus ojos estaban tan inundados que apenas lograba verlo con claridad. Tembló al sentir el peso de Carlos sobre el colchón al sentarse.
    —Joder, esto está resultando ser más complicado de lo que debería —dijo para sí mismo mientras enterraba el rostro entre las manos, en un gesto de agotamiento.
Aprovechando que Carlos no la miraba, Paula intentó recular despacio para no alertarlo, pero el enredo de las sábanas se lo impidió y se maldijo mil veces por no habérsela dejado hecha. Sólo podía probar una cosa más: levantar las piernas para tomar impulso e intentar realizar una voltereta sobre la cama. Si conseguía poner los pies en el otro lado quizá tuviera una oportunidad. Pero Carlos supo al instante lo que pretendía y le aprisionó las rodillas bajo el peso de sus muslos, sentándose a horcajadas sobre ella.
    —Te ha engañado, Paula. No debes confiar en él.
    Carlos comprobó que fruncía el ceño. Su rostro mostraba el pánico que debía estar sintiendo en aquel momento y se odió por ello. Pero era la única manera de mantenerla a salvo, se dijo para aquietar su espíritu.
    Paula se sirvió de aquel momento de vacilación en su captor para elevar la mitad superior de su cuerpo con extraordinaria rapidez e incrustó la frente sobre el puente de la nariz de Carlos con toda la potencia que pudo reunir. El hombre perdió el norte por un instante, inclinando el cuerpo ligeramente hacia la derecha, ventaja que Paula utilizó para alzar una rodilla y encajarla en la entrepierna. Con la adrenalina inundando sus venas consiguió levantarse y alcanzar el salón. Sus pies llegaron incluso a recorrer la mitad del pasillo en cuyo final estaba la puerta de salida.
     Gritó cuando Carlos la sujetó por el pelo, un grito que apenas duró una milésima de segundo ahogado de nuevo por aquella odiosa mano, y tuvo que echar el cuerpo hacia atrás para evitar el dolor. Cazada otra vez, desanduvieron el camino y pronto se encontró en el punto de partida, sentada sobre su cama.
    —Basta —dijo cuando intentó volver a levantarse colocando una pierna sobre las suyas para inmovilizarla.
    Una gota de sangre manaba de la pequeña brecha que había logrado hacerle en el hueso de la nariz y no pudo menos que sentir un lejano eco de satisfacción. Comprendió que Carlos había entendido aquella muestra de absurdo orgullo pero, para su completo asombro, el hombre sólo evidenció algo semejante a la aflicción.
    —No voy a hacerte daño. Te quitaré las esposas y la mordaza cuando esté seguro de que no vas a intentar escapar. Lucas no es tu salvador. No es el salvador de nadie. Está loco y puede ser muy peligroso. Llevamos bastante tiempo tras él, pero es escurridizo como una jodida anguila —hizo una pausa, comprobando que Paula giraba el rostro resistiéndose absurdamente a escucharle—. Lleva tiempo actuando tanto en Santa Coloma como en las ciudades colindantes. Aún no ha matado a nadie pero sí que ha provocado situaciones que podían haber terminado muy mal. Algunos de mis compañeros han comenzado a llamarlo “el azote de los polis”.
     Carlos la miró un segundo antes de continuar: ella seguía empeñada en clavar sus ojos en algún punto entre las sábanas. Trató de hacerle cambiar de parecer tomándola por el mentón para obligarla a que lo enfrentara, pero Paula se deshizo de sus dedos con un furioso gesto.
    —Supongo que se las ha ingeniado para hacerte creer que él es el bueno de la película. En realidad no le resulta difícil hacerse pasar por alguien de las fuerzas de seguridad. Sabemos que perteneció a ellas y que las abandonó cuando murió su hija. Corre el rumor de que la joven perdió la vida a causa de la negligencia de un policía y, desde entonces, se dedica a hacerle pagar a todo agente cualquier desliz en los protocolos que debemos cumplir. Por eso es tan difícil atraparlo, conoce a la perfección cada procedimiento, cómo trabajamos. Me ha resultado muy difícil lograr separarte de él el tiempo suficiente para mantener tus movimientos bajo control. Gracias a Dios tienes a gente que se preocupa mucho por ti.
     «Gente que se preocupa por ti». ¿Encarna? El día anterior su amiga se había comportado de una forma muy extraña, como si…
Paula se moría de ganas de realizar la pregunta que pugnaba por emerger de entre sus labios. Por fin volteó la cabeza con la incógnita reflejada en los ojos. El hombre entendió y su rostro se relajó visiblemente.
    —Si me prometes que no gritarás te quitaré la mordaza, ¿de acuerdo?
    Ella asintió. Carlos cambió ligeramente de postura, liberando las piernas de la mujer.
    —Está bien —dijo al comprobar que no se movía.
    Sólo entonces manipuló el nudo tras su cabeza y Paula se vio libre de aquella tortura.
    —¿Lo sabe Encarna? —inquirió.
    —Sí. Gracias a ella conseguí entrar en tu casa y colocar algunas escuchas —aclaró mientras también soltaba las esposas—. El día que nos vimos por primera vez, cuando te atracaron, regresé al mercado para intentar obtener de ese modo tu declaración y presentar el atestado correspondiente. Fue entonces cuando lo vi allí, vigilándote — Paula asintió mientras pasaba las manos alrededor de la piel enrojecida de sus muñecas—. Lo reconocí al instante a pesar de esas gafas de sol que llevaba, pero no podía arriesgarme a alertarlo, eso lo hubiera hecho huir. Era importante actuar con inteligencia y capturarlo de una vez por todas. Aunque tengo que reconocer que he cometido alguna que otra torpeza. En mi defensa diré que todo era por tu bien.
     —Pero no tiene nada contra mí. Yo no he hecho nada.
    —No. Y yo tampoco, en realidad. Pero es un enfermo mental y tú eras su modo de “castigarme”. El azar tiene a veces un humor de perros.
    —Imagino que nuestro encuentro en el bar, la noche de la despedida, no fue fortuito.
    —No. No lo fue. Desde el principio supe que tenía que mantenerte vigilada pero tampoco podía hacerlo de una forma convencional. Tengo que pedirte perdón otra vez por lo sucedido entonces. No fue mi intención hacértelo pasar mal pero tenía que retrasar tu llegada a casa para conseguir que un compañero colocara algunas escuchas y cámaras en tu apartamento. Los nervios me hicieron errar y actué como un novato… —resopló incómodo—. No conseguimos nada y además estropeé cualquier posibilidad de llevarte a mi terreno. Tuve esa certeza justo al día siguiente, cuando te seguimos hasta el paseo del rio. La noche que limpiabas la portería, sabía que Lucas estaba allí. Quería hacerte salir del edificio pero sabía que no me resultaría nada fácil. Para entonces Lucas ya sabía que yo había descubierto sus planes pero jugaba a su favor el que me temieras. Con mi torpeza él había ganado tu confianza, así que jugué mi última carta: tu amiga Encarna. Ella sí consiguió retenerte fuera  tiempo más que suficiente, a ti y a él siguiéndote.
    —Pero él te golpeó y…
    —Sí, lo hizo. Pero logré escapar aprovechando su necesidad de calmarte y asegurarte que todo estaba bien. Me libré por los pelos —añadió con gravedad.
    —¿Y qué vamos a hacer? —Paula continuaba retorciéndose las manos con ansiedad.
    —Obligarlo a que cometa un error, ahora cuento contigo. Pero, no debe sospechar que conoces la verdad. ¿Podrás hacerlo?
    —Yo también cometí un error —confesó—.  Ahora asegura que tendrá que cambiar sus planes, ha mencionado algo de mañana.
    —Tranquila, estamos preparados —aseguró, palmeándole los dedos suavemente.

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